Algunos COCODES de San Pedro La Laguna comentan que “[e]s necesario ir a las raíces de contaminación, es necesario entender la responsabilidad del capitalismo y de las empresas en la destrucción del medio ambiente”. Y, claro, esto es crucial. Si no entendemos las causas de la contaminación de las aguas en el Lago de Atitlán es difícil corregir sus efectos. En este caso, el efecto más sentido es el deterioro en la salud pública.
Afortunadamente, gracias a los estudios de los técnicos y científicos nacionales y extranjeros que en la última década han transformado el conocimiento que tenemos sobre el lago, hoy hay claridad sobre las raíces de la contaminación en el lago: es sencillo, se trata de un aumento de la carga de nutrientes que entran al lago provenientes de la actividad humana.
Ahora, ¿de qué actividad humana estamos hablando? Los CODEDES en cuestión atribuyen la responsabilidad de la contaminación al capitalismo y a las empresas. No es claro si las empresas aludidas son informales, extensiones de la economía doméstica o empresas capitalistas. Si se trata de capitalismo y empresas capitalistas, efectivamente en Guatemala en las zonas rurales la contaminación la han generado principalmente los monocultivos. La excepción es el café de sombra, pero los de algodón y caña de azúcar de la Costa Sur [1] o de palma africana en el Polochic y el Petén, deforestaron la selva, reduciendo la biodiversidad, y hoy contaminan la tierra y los ríos con agro-químicos.
Por su parte, en las áreas urbanas contaminan la mayoría de las grandes industrias, como las del sur del área metropolitana de ciudad de Guatemala, con sus emisiones de chimenea, el vertido de aguas residuales cargadas de materia orgánica, metales, aceites industriales e incluso radiactividad, para no mencionar agentes infecciosos, productos químicos e hidrocarburos.[2] Claro que hay importantes excepciones de empresas guatemaltecas sustentables, e inclusive de empresas transnacionales como Henkel que produce en Guatemala jabones y detergentes no contaminantes.
Sin embargo, como dicen los COCODES de San Pedro, no se trata sólo de industrias capitalistas, pues también, y en menor cuantía, hay empresas informales como pequeños comedores, talleres automotrices y negocios similares que contaminan con vertidos de aceite de cocina, de aceite quemado, de tintes para textiles, de químicos para curtiembre, etc. Las consecuencias de todo esto, en el caso del área metropolitana de Guatemala, es que el lago de Amatitlán, que será la principal fuente de agua para la metrópolis en el 2050, es una cloaca.
En el caso de Atitlán, evidentemente, la actividad humana que contamina el lago no es industrial y difícilmente podría calificarse como capitalista. En la cuenca hay al menos dos fuentes principales de contaminación: la erosión de suelos y las aguas servidas (negras). La erosión de suelos ocurre principalmente en pequeños cultivos que producen verduras o flores para el mercado y también en milpas. Estos cultivos son, en su mayoría, proyectos de vida material (economías) que utilizan la fuerza de trabajo de la familia o de vecinos para mantener la casa. Es decir, producen para asegurar la comida, el vestido, el abrigo, las semillas e insumos que permiten reproducir y, en el mejor de los casos, mejorar, la forma vida de quienes se consideran como “de la casa” y, por extensión, de la comunidad.
En mucho menor cuantía, y no por erosión sino por las mieles no tratadas que son descargadas en el lago, también contaminan algunos beneficios de café. Los hay de cooperativas, y también de pequeñas y grandes fincas. Tal vez alguien podría calificar estos últimos como capitalistas, en la medida en que controlan la tierra, utilizan mano de obra asalariada y tienen por objeto la acumulación de capital. Acumulación esta que, por cierto, es muy azarosa dados los precios internacionales del grano.
La erosión de más de 100.000 toneladas de suelos de la cuenca, aporta anualmente al lago unas 400 toneladas de fósforo, un importante detonante de los florecimientos de cianobacteria. Es claro que la contaminación proviene principalmente de la erosión generada por la actividad agrícola de las economías domésticas campesinas. Pareciera obvio que lo que urge es un plan masivo de conservación de suelos y lo que sorprende es que ni el MAGA, ni CONAP, ni AMSCLAE no tiene programas de este tipo, es más, ni si quiera los contemplan. Lo irónico es que este plan masivo no tendría mayor costo puesto que se sabe que los agricultores se inclinan por conservar los suelos con barreras vivas. Esta preferencia responde al doble beneficio de tener plantas con raíces que afiancen el suelo y que puedan ser aprovechadas para el consumo o la venta. Es decir, la solución está en manos de la gente, pero no hay apoyo alguno por parte del estado.
Y no es que ninguna autoridad haga nada. Valga la pena recordar que en el 2015, por gestiones adelantadas por la dirección de AMSCLAE de ese entonces, se logró que las empresas produjeran un abono especial para Atitlán con un menor contenido de fósforo. El fertilizante fue evaluado por el MAGA y tuvo excelente rendimiento. Sin embargo, la falta de continuidad en las políticas públicas, la corrupción de funcionarios que ven en el “regalo” de fertilizante, pagado con los impuestos de los ciudadanos, la oportunidad de “negociar” favores políticos o simplemente enriquecerse, acabó con una iniciativa técnicamente bien sustentada para proteger el lago.
De otra parte, cerca de ¾ partes de los 100 mil habitantes de las zonas rurales de la cuenca usan letrinas o hacen sus necesidades a campo abierto. Dependiendo de la ubicación y construcción de las letrinas, estas pueden o no estar contaminando los mantos de agua subterráneos. En cambio, los 275 mil habitantes de las áreas urbanas vierten las aguas servidas al lago. Es responsabilidad de las municipalidades tratar estas aguas, pero la única planta de tratamiento en el lago que más o menos funciona es la de Santa Catarina Palopó que de todas maneras no cumple con el reglamento de descargas de aguas residuales de la cuenca de Atitlán pues contamina con altos contenidos de patógenos (E coli, Cryptosporidium y otros). Su funcionamiento es un tanto errático y cuando cumple con las normas de descarga de nitrógeno, fósforo, de todas maneras contamina las aguas del lago puesto que no retira retiran completamente estos elementos.
En mucha menor cuantía están las aguas servidas de los hoteles y alojamientos para turistas. En los hoteles grandes, las aguas son tratadas en plantas que cumplen no solo con las normas del reglamento, sino que las superan. Estos hoteles son empresas capitalistas que tiene los recursos para montar costosas plantas de tratamiento con la más reciente y efectiva tecnología. Para poner en perspectiva la contaminación de estos grandes hoteles, que son 3 o 4, el más grande de ellos vierte un promedio diario de 41.25 metros cúbicos de aguas tratadas, en tanto que a la cuenca le entran diariamente 34.560 metros cúbicos provenientes de las municipalidades, es decir de las casas de los vecinos. Si los hoteles grandes vierten en conjunto 150 metros cúbicos diarios, entonces los capitalistas producen el 0.0043% de las aguas negras. La diferencia es que los hoteles las tratan por encima de las normas vigentes y ninguna municipalidad cumple con todas las normas vigentes.
Sin embargo, al igual que las plantas de tratamiento de Suiza y otros lugares del primer mundo, las aguas tratadas tienen nitrógeno y fósforo, además de patógenos, por lo que no deben ser descargados en el lago. Existen 12 plantas de tratamiento de aguas residuales alrededor del lago. Estas solamente tratan el 28% de las aguas que llegan al lago. De manera que los pequeños alojamientos, algunos de los cuales tienen fosas sépticas o biodigestores, todos eventualmente descargan sus aguas negras al lago. Estos pequeños negocios representan más de ¾ partes de las habitaciones para turistas, son pequeñas empresas familiares, extensiones de la economía doméstica en los centros urbanos.
Al verlo de esta manera, la contaminación no la producen las empresas capitalistas (por que casi no hay), sino las viviendas en general y las actividades productivas de las economías domésticas que, de una parte, descargan aguas residuales al lago y, de otra, producen erosión con los cultivos. En ambos casos al responsabilidad recae en todos nosotros.
Debemos unirnos, exigir y trabajar con las autoridades para elaborar un plan integral de manejo del territorio definido con la participación de todos los interesados: las organizaciones de base, la academia, las ONGs, el gobierno y los legisladores. Este plan debe definir estrategias, políticas, programas, proyectos y acciones que detengan la contaminación del lago con aguas residuales y suelos erosionados. La urgencia de actuar es que se trata de un problema de salud pública.
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[1] La deforestación de la Costa Sur comenzó en los años 50 con las algodoneras. Como se convirtieron en monocultivos compitiendo en el mercado, el costo de las fumigaciones hizo inviable el negocio y surgieron los cañaduzales.
[2] Anotando también que algunas de estas empresas son pioneras en los sistemas de tratamiento de aguas y en la reducción de su huella ecológica.